(primera
publicación en la revista "escenarios para un nuevo contrato social", año 17
- N° 46, Agosto 2019, de UPCN)
TRABAJADORES EN DANZA
Mientras otros niños –tal vez futuros
abogados, profesores, médicos o políticos– hacen lo que deben hacer, es decir,
jugar a las muñecas, o al fútbol, o juntar figuritas, o mirar dibujos animados,
los futuros bailarines, además de comenzar a exigir y deteriorar nuestros
cuerpos, decidimos el destino de nuestras vidas. Muchos iniciamos nuestra profesión,
asistiendo a clases de entrenamiento y ensayos coreográficos, entre los cinco u
ocho años de edad. Durante nuestra carrera realizamos malabares para reponernos
del cansancio, las enfermedades y las lesiones. Y hasta sé de algunos compañeros
que han abandonado la escuela en busca de tiempo para perfeccionar una piruette.
Y todo esto sucede porque hay mucho para hacer en pocos años: debemos adquirir
y dominar la técnica antes de que el cuerpo envejezca. La danza es una carrera
contra el tiempo, dicen, aún hoy, nuestros maestros.
Gracias al reciente impulso dado por UPCN
acompañando la decisión del ex-ministro y actual secretario de cultura Pablo
Avelluto, y del Ministro de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología Alejandro
Finocchiaro, se publicó la resolución de creación de la Compañía Nacional de
Danza Contemporánea. Esto significa la consolidación de puestos laborales para
21 bailarines, 2 asistentes artísticos, 9 técnicos artísticos, 4
administrativos, 1 director y 1 subdirector. Pero ese decreto también es el
final de un camino con más de diez años de recorrido. Es, en definitiva, el
final de una historia que merece ser contada.
PRÓLOGO DE UN HECHO CULTURAL HISTÓRICO
En Argentina, en 2007, prácticamente
existía una única compañía de danza contemporánea perteneciente al estado: El
Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín (BCTSM), objeto de anhelo de todas
las generaciones de bailarines contemporáneos ya que era el único lugar que
brindaba continuidad y “seguridad laboral”, factores fundamentales para que un
bailarín dedique todo su esfuerzo a progresar artísticamente.
Sin embargo, esa “seguridad laboral” era falsa.
Los bailarines, contratados anualmente, no gozábamos de ningún otro derecho más
que el propio sueldo, y corríamos el riesgo de que nuestros contratos fueran
rescindidos sin previo aviso.
Las precarias condiciones laborales se
hicieron más evidentes cuando, en un intervalo de pocos meses, una decena de bailarines
sufrimos graves accidentes laborales que, en muchos casos, derivaron en
costosas operaciones. La falta de cobertura médica nos obligó a organizarnos para
peticionar uno de los derechos fundamentales de cualquier trabajador: una
Aseguradora de Riesgos de Trabajo (A.R.T.)
Pero, ¿realmente nos correspondía tener
una A.R.T.?
PRIMERA DIFICULTAD: LOS BAILARINES, POR
SER ARTISTAS, NO SE CONSIDERABAN TRABAJADORES.
“Hay que darlo todo por el arte sin exigir
nada a cambio”, nos enseñaron nuestros maestros cuando éramos niños. Y quizás
por eso muchas veces bailamos enfermos, o lesionados, o sobre un piso duro y
astillado, o hasta gratis porque “la máxima recompensa de un verdadero artista
es el aplauso de su público”. Y es cierto que esa es la máxima recompensa...
pero aprendimos que no debe ser la única. Así, en aquel entonces, quienes
integrábamos el Ballet del Teatro San Martín debimos vencer esa primera
dificultad, ese mandato hecho carne y estudiado desde pequeños: debimos adquirir
conciencia de clase y entender que, además de artistas, éramos trabajadores.
Dado que seguíamos sin obtener respuesta
al urgente pedido de una A.R.T., y como los accidentes y las operaciones continuaban
sucediendo, decidimos agremiarnos a la Asociación Trabajadores del Estado (ATE)
y pedir también por el reconocimiento de nuestra relación de dependencia, un
régimen de licencias médicas, el cobro de antigüedad y aguinaldo entre otras
cosas. En el sindicato nos aconsejaron iniciar una serie de medidas de
reclamos, desde cartas documento hasta la suspensión de una gira internacional
y “bailes/protestas” en la calle. Todas estas medidas, a pesar de que éramos muy
nuevos en el mundo sindical, requirieron de una gran exposición gremial de todos
nosotros.
Al finalizar el año 2007 las autoridades
del Teatro San Martín, argumentando “razones artísticas”, me despidieron junto a
otros 6 bailarines, los más importantes de la compañía. Artistas que habíamos
decidido tener un grado de mayor exposición en los reclamos por ser los que interpretábamos
los principales roles en las obras. Considerábamos, erróneamente, que aquello
nos concedía cierta inmunidad. De esta manera los bailarines cesanteados no
solo vimos afectada nuestra continuidad laboral (y nuestro sustento económico),
sino que la excusa de las “razones artísticas” esgrimida por las autoridades
atacó nuestra moral y plantó un manto de duda sobre nuestro rendimiento
artístico. Pero dos semanas después de estos hechos, tuve la fortuna de recibir
el Premio Clarín "Figura de la Danza 2007" compitiendo en una terna (en
realidad quinterna) de cinco primeros bailarines entre los que se encontraba
Julio Bocca. Esto demostró que los despidos (efectuados sin ninguna clase de
indemnización) fueron por razones de discriminación gremial.
DIVIDIR LOS ESFUERZOS PARA LOGRAR DOS
OBJETIVOS
Aparentemente, por lógica, frente a la
nueva situación, los despedidos teníamos un único curso de acción a seguir: que
cada uno probara suerte en otras compañías de danza del país o del extranjero, abandonando,
de esa manera, el reclamo por los derechos laborales.
Pero cinco de los siete despedidos sentimos
que era necesario ganar esos derechos para los compañeros que seguían
trabajando y para las próximas generaciones de bailarines del BCTSM. Fue así
que continuamos la lucha gremial “desde afuera” realizando actos y marchas
organizadas con el gremio. Además, formulamos una denuncia por discriminación
gremial en el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia
y el Racismo) que dos años más tarde terminó con un fallo a nuestro favor.
Mientras tanto en el Ballet Contemporáneo del
Teatro San Martín se sentían las consecuencias por las “decisiones artísticas”
tomadas por sus directores. Durante la primera mitad del año 2008, como jamás antes
había sucedido, hubo SIETE renuncias (varias de ellas provocadas por el alto
grado de stress que conlleva este tipo de situaciones). Además, la dirección
despidió a otros DOS bailarines por solidarizarse con nosotros, los SIETE
despedidos del 2007. Finalmente, sobre una planta total de VEINTITRES
bailarines, hubo un recambio obligado (entre despidos y renuncias) de DIECISÉIS,
en menos de seis meses… Esto trajo lógicas secuelas que se notaron en el
rendimiento de la compañía, en el incumplimiento de los cuatro o cinco
programas anuales en las fechas previstas y, además, en la interrupción de la
natural transmisión generacional de la identidad del Ballet que se había dado a
lo largo de sus 30 años de existencia, provocada por la abrupta
"desaparición" de toda una generación de artistas. Con dos tercios de
la compañía totalmente nueva, el BCTSM recién pudo estrenar su primer programa
del año 2008 en el mes de junio, cuando regularmente siempre lo hizo a fines de
marzo. Y fue en ese estreno donde, nuevamente, una parte de los bailarines
despedidos nos volvimos a manifestar en la puerta del teatro y logramos contactar
al Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires que había ido a presenciar
la función y con quien mantuvimos una intensa conversación. Dos semanas después
se firmó el decreto de creación de las plantas artísticas del TSM. Es decir que
esos cuerpos artísticos, en la actualidad, gozan del amparo y los derechos
laborales de una "planta artística transitoria" gracias al sacrificio
de los bailarines Silvina Cortés, Bettina Quintá, Wanda Ramírez, Ariel Caramés,
Ernesto Chacón Oribe, Pablo Fermani y Jack Syzard quienes, llevando más de
medio año despedidos y sin posibilidades de volver a trabajar, seguimos luchando
por los compañeros que continuaban trabajando.
NO BAJAR LOS BRAZOS E INICIAR UN PROYECTO
COLECTIVO
Inmersos en aquella lucha gremial, poco a
poco nos íbamos alejando de nuestra esencia: la danza, el arte. ¿Por cuánto
tiempo más podríamos definirnos como bailarines si no teníamos la posibilidad
de bailar regularmente? Nuestra identidad de bailarines y nuestra carrera
profesional estaban en peligro ya que la danza, por su condición de disciplina
física, tiene una vida útil mucho más corta que otras carreras. Pasada cierta
edad, el cuerpo comienza a encontrar limitaciones y a sentir el desgaste
natural que produce el nivel de exigencia corporal de esta profesión. Además,
requiere de un continuo entrenamiento para mantener el nivel técnico y el
estado físico. Por su naturaleza artística, la danza demanda una constante
práctica y exposición escénica para ejercitar y evolucionar en todo aquello de
lo que está compuesto el arte (que es imposible describir en palabras) y que
únicamente se experimenta en las representaciones frente al público.
Así, los bailarines despedidos antes
mencionados, decidimos formar el grupo de danza contemporánea independiente
"Nuevos Rumbos". Pretendíamos completar nuestro desarrollo como
artistas profesionales y preservar el intangible patrimonio que poseíamos: la
dinámica grupal que adquirimos tras tantos años trabajando juntos.
Con este propósito, y apadrinados
gremialmente, iniciamos conversaciones con las autoridades de la Secretaría de
Cultura de la Nación (SCN), los por entonces Director de Música y Danza (Eduardo
Rodríguez Arguibel) y el Director Nacional de Artes (Rolando Goldman) quienes, entendiendo
la injusticia que se había realizado, ofrecieron por algunos meses un salón en el
Centro Nacional de la Música y la Danza para que realicemos el entrenamiento
diario y ensayemos nuestras coreografías.
En agradecimiento y para demostrar (y demostrarnos)
que podíamos ser responsables y productores de un proyecto artístico-cultural, nos
auto impusimos un régimen de trabajo que cumplíamos obsesivamente, utilizando
al máximo la franja horaria que teníamos disponible. Diariamente nos auto impartíamos
clases de entrenamiento y creábamos coreografías alternando entre nosotros los
roles de bailarines, coreógrafos y directores.
Paralelamente a la actividad artística,
presentamos a las autoridades nacionales una carpeta de 130 páginas que
contenía todos los fundamentos sobre la necesidad de la creación de un nuevo
cuerpo de danza contemporánea dentro del ámbito de la SCN.
Logramos, a pesar de las contrariedades, que
el año 2008 fuera para Nuevos Rumbos de una intensa actividad en la danza
independiente. Tuvimos destacadas presentaciones entre las que se pueden
nombrar las actuaciones en el propio Centro Nacional de la Música, las
realizadas en “Teatro x la Identidad”, las giras por el interior del país, y la
gira internacional al Estado de Israel convocados por la primer figura del Teatro
Colón: Alejandro Parente.
Cabe destacar que cinco meses después de
la fundación de “Nuevos Rumbos”, en septiembre de 2008, se incorporaron al
grupo los renunciantes al BCTSM: Victoria Hidalgo y, por muy poco tiempo, Daniel
Payero.
Sin embargo, las funciones realizadas no
fueron suficientes como para generar un constante ingreso económico. Esto
forzó, finalizando el año, a que Silvina Cortés, Ariel Caramés y Daniel Payero
decidieran abandonar el grupo en busca de mejores opciones en Europa.
LAS RECOMPENSAS DE UNA LARGA LUCHA
Finalmente las autoridades de la
Secretaría de Cultura de la Nación (dirigida en aquel entonces por José Nun) observando
nuestro desempeño como grupo y la trayectoria artística individual de cada uno
de los seis bailarines que quedamos en Nuevos Rumbos (Bettina Quintá, Wanda
Ramírez, Victoria Hidalgo, Pablo Fermani, Jack Syzard y quien escribe esta nota),
valorando los resultados obtenidos con nuestra dirección colectiva y destacando
los objetivos iniciales que como grupo humano tuvimos, decidieron contratarnos
para fundar la Compañía Nacional de Danza Contemporánea (CNDC, en un principio
llamada Compañía de Danza Contemporánea Cultura Nación). La función inaugural fue
la noche del 26 de febrero de 2009. Desde entonces, en estos casi diez años, en
la CNDC crecimos más de un 500% (sumando al personal artístico, técnico y
administrativo y tomando en cuenta que iniciamos la actividad con solo seis
contratos de bailarines), creamos un amplio repertorio de coreografías, realizamos
presentaciones en todo el interior del país, varias giras internacionales y
hasta se estrenó un documental llamado “Trabajadores de la danza” contando la
historia de la compañía. Pero la creación de la CNDC no fue plena, faltó el
acto administrativo que conformara “en los papeles” lo que ya existía en los
hechos.
UNA DÉCADA POR UN PAPEL
Gremialmente, por casi diez años, intentamos
que se redactara un decreto o resolución de creación de la CNDC, pero nunca se
logró. La inexistencia de una planta artística a la que pertenecer nos mantenía
en una situación de vulnerabilidad y precariedad laboral que, a mi entender, no
fue comprendida por los dirigentes sindicales que nos representaban, ya que demostraron
una gran torpeza gremial al realizar acciones inconsultas y desorganizadas.
Por esto, una parte de los bailarines decidimos
acompañar a nuestra delegada (Bettina Quintá) y nos desafiliamos de ATE buscando
un gremio que, por su organización y unidad de acción, fuera un mejor instrumento
para lograr el tan anhelado propósito. Así llegamos a UPCN que, mediante el
diálogo y sin realizar ninguna medida gremial que nos exponga o arriesgue, en
tan solo diez meses logró lo que no se pudo en diez años.
La resolución de creación de la Compañía
Nacional de Danza Contemporánea es un hecho realmente auspicioso para la danza
argentina. Da respuesta a una postergada necesidad de la comunidad de la danza
y permite la consolidación de una herramienta artística-socio-cultural que
beneficiará a la sociedad en su conjunto. Es, en definitiva, el inicio de
otra gran historia que, en un futuro, también
valdrá la pena contar.
Solo la Unión hace la fuerza.
Y la UPCN se encargó de enseñárnoslo.
¡Nos vemos en el escenario!
IDEAS FUNDAMENTALES DEL ARTÍCULO:
Introducir al lector al mundo de la danza,
hacerlo reflexionar sobre “el detrás de escena”, sobre lo que significa
trabajar como bailarín dentro del Estado.
Crear conciencia sobre la convivencia
necesaria entre el arte, la política y el gremialismo. Actividades que, a
priori, perecieran ser incompatibles; o al menos eso es lo que se les enseña a
los artistas.
Revelar la atípica historia fundacional de
la Compañía Nacional de Danza Contemporánea.
DATOS DEL AUTOR:
Ernesto Chacón Oribe, egresado del
Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Ex bailarín del Ballet
Contemporáneo del Teatro San Martín. Ganador del Premio Clarín “Revelación de
danza 2006”, Premio Clarín “Figura de la danza 2007”, Diploma al mérito “Konex
2009”.
Bailarín cofundador y actual integrante de
la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, a la que codirigió durante dos
años y medio (2009 - mediados de 2011)